Violentistas ¿prehistóricos?
Guillermo Tobar Loyola – Académico Instituto de Filosofía. Universidad San Sebastián – Sede De la Patagonia
Es un hecho preocupante constatar los innumerables actos de violencia que se suscitan casi a diario en nuestro país. Buses quemados a metros de liceos emblemáticos en Santiago o estudiantes apuñalados en el pecho por su compañero de clases en Castro. Estos son solo un pequeño y triste botón de muestra de una realidad que parece desatada en nuestra sociedad actual. El otro día escuché a alguien llamar “prehistóricos” a los jóvenes con overol blanco quemando un autobús en Santiago y también a todos aquellos que rayan y destruyen monumentos y edificios en nuestras ciudades.
Según los antropólogos la violencia es parte del ser humano desde su mismo surgimiento como Homo sapiens. Sin embargo, ésta no es la característica que lo define como tal o por lo menos no debiera serlo. Por mucho tiempo se consideró al hombre de las cavernas como un individuo salvaje y violento, como un ser más cercano al animal que al ser humano.
Sin embargo, los nuevos estudios revelaron su error y mostraron a un individuo más inteligente y culto de lo que se creía. Basta traer a colación el arte prehistórico plasmado en las maravillosas pinturas rupestres que nos legó. Dibujos de bisontes, ciervos o mamuts lanudos trazados con maestría sobre las paredes de piedra en las cavernas prehistóricas halladas sea en Altamira (España) o en Lascaux (Francia), por mencionar solo algunas de ellas.
Estatuillas de piedra y de marfil, herramientas de sílex o instrumentos musicales confeccionados con huesos de animal, muestran a un ser humano amante y necesitado de arte y cultura. Frente a estos hallazgos no podemos si no reconocer que la civilización humana dentro de esas cavernas estaba en camino de convertirse, luego de un arduo y accidentado itinerario evolutivo, en lo que hoy somos como civilización. Esta es la razón por la cual después de más de 35 ó 40 mil años de antigüedad continuamos admirando los trazos, colores y formas de sus pinturas en el interior de las cuevas prehistóricas cargadas de un hondo sentido artístico, simbólico y religioso.
Cuando observamos atónitos en la actualidad que se destruyen y queman en nuestras ciudades monumentos, iglesias o plazas sin más motivación que dejar aflorar un descontento que, más bien parece entretención y desahogo irracional, no podemos sino negarnos de manera rotunda a llamar a estos nuevos bárbaros “hombres prehistóricos”.
La violencia, en este sentido, es ciega y perniciosa en cuanto subvierte el orden establecido de los valores ganados a pulso desde que el ser humano comenzó a perfeccionarse como individuo y como sociedad. Si el prehistórico hubiese confundido el respeto con la desconsideración, la valentía con la temeridad o la construcción con la deconstrucción, seguramente se hubiese auto destruido hace mucho tiempo.