¡No más a las falsedades y engaños! Póngale fin al bullshit

Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl – Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)

Nuestra sociedad está más que harta de las falsedades, engaños y desidia con la que actúan muchos de nuestros supuestos “líderes”, tanto al interior de las empresas, como así también en política contingente, tenga esta última el color que tenga y venga de donde venga. Los norteamericanos le tienen puesto un calificativo muy preciso a esta forma cínica, falsa e hipócrita de actuar que tienen algunas personas. Ellos hablan de bullshit y de bullshitter, cuyo aproximado, nada más, correspondería a lo que los españoles llaman gilipolleces y gilipollas, y los argentinos boludeces y boludos, respectivamente.

Ahora bien, el bullshit, de acuerdo con el filósofo y profesor emérito de la prestigiosa U. de Princeton, Harry Frankfurt, corresponde a un tipo de falsedad que debe distinguirse de la mentira, ya que el mentiroso conoce la verdad, pero en forma deliberada se propone engañar a la gente, en tanto que el bullshitter –es decir, aquél que practica el bullshit– no hace esfuerzo alguno por vincularse con la verdad, siendo su único objetivo quedar él mismo bien ante los demás, sin que le importen las consecuencias de su actuar.

¿Quién es, entonces, un bullshitter y qué constituye bullshit?  De acuerdo con Luis Sota, consultor internacional de empresas y economista de la Universidad de Paris, Francia, los bullshitter son personas que dicen –y juran– que van a hacer algo, pero que luego todo lo que han dicho y comprometido queda absolutamente en nada. Existe, asimismo, una innumerable cantidad de ejemplos de lo que implica el bullshit. Aquí algunos de ellos: reuniones donde todos los participantes tienen total claridad de que están perdiendo el tiempo y de que no se llegará a ningún acuerdo; compromisos y promesas que se hacen entre colegas de trabajo o con clientes que se “esfuman” en el aire y de las que nunca más se sabe algo; participar en programas de capacitación inútiles y que no entregan ningún tipo de resultados que puedan ser observados; escuchar críticas que se hacen en los pasillos y a espaldas de las personas sin jamás hablar con los sujetos  que han sido objeto de las críticas; personas que le hacen el quite a su responsabilidad en el fracaso de un proyecto, argumentando que la culpa –o el problema– es de otro. Todo lo señalado aquí, son ejemplos clásicos de bullshit. (¿No le suena algo conocido?)

Para desgracia y lamento de todos nosotros, este tipo de bullshit se ha vuelto pan de cada día. Lo peor de esta despreciable forma de actuar y proceder, corresponde a una práctica que, en el caso de las empresas, se financia con el dinero de los accionistas o de los dueños de las empresas, o bien, cuando se trata de proyectos y/o programas públicos que fracasan, estos se financian –por no decir desperdician– con el dinero del fisco, es decir, con el dinero que sale del bolsillo de todos los ciudadanos de un país (¿No le sigue siendo conocida esta cantinela?).

La esencia del bullshit, entonces, sea que se trate del ámbito público o privado, consiste en la absoluta falta de compromiso por parte del practicante del bullshit con aquello que dice o que compromete, un tema que va incluso más allá de la agenda oculta que mantiene el bullshitter. En función de lo anterior, aquél sujeto que hace todas estas afirmaciones no tiene, en realidad, ningún interés y/o preocupación con que lo afirmado por él tenga algún viso de veracidad, pero lo dice –y asegura– como si estuviera describiendo una gran verdad.

En este sentido, se pueden detectar dos vertientes que, en su esencia, son una misma cosa: 1. El sujeto que da una opinión no muestra ninguna preocupación porque haya un fundamento que avale lo que dice y entrega su opinión como si fuera el experto más grande que existe en el mundo. 2. Aquel que promete –o le hace creer al público que está prometiendo alguna cosa– no tiene la mínima intención de cumplir y llevar a la práctica aquello que está diciendo.

Como consecuencia de esta realidad, el bullshitter representa a un sujeto socialmente muy peligroso y maligno, ya que se preocupa sólo de promover su propia y personal agenda oculta, buscando quedar bien parado ante su audiencia, sin prestar atención alguna a la gran diferencia que existe entre lo que es correcto  y lo incorrecto, entre lo verdadero y lo falso, entre aquello que tiene o no fundamento y, finalmente, entre las grandes expectativas que genera entre las personas que lo escuchan y aquellas acciones que realmente tiene intenciones de llevar a cabo, las que, por cierto, no se condicen para nada con aquello que comprometió.

En rigor, el sujeto bullshitter, no sólo ha perdido de vista el verdadero estado de las cosas, sino que, además, se siente orgulloso de su capacidad para falsear y engañar. A lo anterior, se suma otra realidad: ante los ojos del bullshitter, las personas que se preocupan de ir con la verdad por delante, los que son prudentes con sus opiniones, los que ponen en acción sus palabras y dichos, son “meros tontos útiles e ingenuos”.

En síntesis: cuando en la empresa no se llega a las metas de ventas, el bullshitter procura tranquilizar a quienes lo rodean por medio de justificaciones sin mucho sentido y sin considerar todo lo mal que él lo hizo. Cuando el cliente reclama, el bullshitter resulta ser todo un experto en echarle la culpa al sistema, o bien, a otra área de la empresa.

Por otra parte, cuando los proyectos no avanzan, se demoran, cuestan más de lo presupuestado, o bien, fracasan rotundamente, el sujeto bullshitter se convierte en un especialista en salvar su imagen y su pellejo argumentando que han surgido “imprevistos” que no fueron considerados inicialmente, o en su defecto –si es que se trata de programas o de planes fallidos asociados al servicio público–, rápidamente acude a la estrategia de culpar al “gobierno anterior” y que los problemas se “arrastran de antes” de que el bullshitter se hiciera cargo.

En definitiva, las acciones de los numerosos bullshitters que tiene una nación, tanto en el ámbito público como privado, representan –más allá de la dimensión ética– un enorme problema y un alto costo económico, tanto para el país como para las empresas, ya que afecta gravemente los resultados en términos de la eficiencia, el sentido de colaboración, el trabajo en equipo, así como también la capacidad de aprender y de mejorar el desempeño final.

Mientras mayor sea la cantidad de bullshitt que se les permita a estos sujetos falsos y falaces, tanto mayores serán las pérdidas para el país y las empresas, una realidad que termina por impactar en el bienestar de las personas y afectar seriamente el bien común. En este sentido, resulta impresionante advertir la cantidad de bullshit que se produce en las empresas y en los gobiernos, y aunque no aparece en el balance gubernamental o empresarial, su costo se eleva por varios puntos del Producto Interno Bruto del país.

Digamos, finalmente, que cuando usted se encuentra de frente con un bullshitter o  con el bullshit que deja éste detrás de sí, no se lo coma, hágalo visible y exclame “¡bullshit!”, ya que en la medida que lo hagamos visible, esta “visibilidad” tendrá el mágico efecto de eliminarlo o, en el peor de los casos, de disminuir notablemente los negativos resultados que dejan estos infames sujetos detrás de sí.

Entre todos habremos hecho algo de limpieza en favor de nuestro país y de nuestra empresa. Y… ¿quién sabe?, incluso, en favor de nuestro planeta.

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