Credibilidad: el enorme valor de ser una persona a la cual la gente le cree

Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl

Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)

Basta pensar en personas como Jesús o Mahoma –para quienes profesan algún tipo de religión–, o en figuras como Nelson Mandela, Winston Churchill o Mahatma Gandhi en el ámbito de la política, o bien, en personajes del área deportiva como Roger Federer, Michael Jordan o Usain Bolt para comprender de manera muy rápida el asombroso poder y atractivo que ejercen estas personas sobre el resto de la población, a raíz del alto grado de credibilidad del que gozan: la gente cree firmemente en ellos, los ama y los ve como referentes, ídolos y/o figuras míticas en cada uno de los ámbitos donde ejercieron su carisma y su gran poder de influencia.

No cabe duda alguna, entonces, que el “proceso de ejercer influencia sobre otras personas es clave y vital para efectos de poder motivar y movilizar a la gente hacia el cumplimiento de alguna meta, idea u objetivo propuesto”. Lograr ese ascendiente sobre las personas dependerá directamente de nuestras propias capacidades, fortalezas y virtudes.

Durante toda nuestra vida, ya sea de manera consciente o inconsciente, todos nosotros tratamos de ganarnos el respeto y el aprecio de los demás, buscando que escuchen y valoren nuestras opiniones, que nos consideren un aporte a la sociedad, que crean y confíen en nosotros.

A raíz de lo anterior, si alguien se propone ejercer algún tipo de liderazgo, tendrá que ser capaz de generar –y manejar de forma adecuada– la motivación suficiente en la gente para generar los cambios requeridos, ya sea a nivel organizacional, político, religioso, empresarial y, por cierto, en el gubernamental también.

Dado el hecho, que esto no es nada fácil de llevar a cabo e implica asumir una cierta cuota de riesgo, más vale que la persona tenga lo que se denomina “autoridad informal”, de otra forma, será mejor que desista de sus objetivos, ya que, a raíz de lo vemos, hoy en día, a nivel empresarial, político y/o gubernamental, la autoridad formal conferida por el desempeño de un cargo al interior de una empresa, institución o de un gobierno, se hace, simplemente, insuficiente, como consecuencia de que la gente –ciudadanos y colaboradores– no le creen al sujeto que representa la autoridad formal. Dicho de otra manera: la persona “no resulta creíble” ante los ojos de quienes la observan.

Ahora bien, cuando uno se pregunta… ¿y qué es la “autoridad informal”?, la respuesta es muy sencilla: a diferencia de la autoridad formal que es conferida de manera explícita por medio de la designación de una persona en una posición y/o puesto de poder, la autoridad informal se fundamenta –y se basa– en el grado de credibilidad y confianza que nuestros actos y actitudes generan en las personas que tenemos en nuestro entorno. Esto significa, que nuestro actuar y actitudes deben ser coherentes y consistentes entre lo que decimos y aquello que terminamos haciendo.

Este último aspecto –cuando no está presente– es el que provoca en la gente el mayor grado de molestia, frustración, rechazo y, lo que es peor, indignación con aquél sujeto que se las da de “líder”, porque su grado de credibilidad ha sido carcomido por un actuar errático, contradictorio, e incluso, falso. Lo anterior se agrava aún más, cuando se advierte la falta de integridad por parte de este supuesto líder, donde el concepto de integridad trae aparejadas las cualidades de persona recta, transparente y ética.

En conocimiento que el ejercicio de un liderazgo positivo consiste en la movilización de las personas para efectos de producir cambios y alcanzar objetivos que aporten al bien común, la efectiva y eficaz influencia sobre estas personas es algo fundamental, por cuanto, a menudo resulta ser algo muy riesgoso querer nadar en contra de la corriente. Es por ello, que la autoridad informal resulta ser un factor indispensable para el ejercicio de un liderazgo positivo y de carácter ético.

Revisemos el siguiente ejemplo: pensemos en el caso del Presidente de una nación donde existe un alto grado de descontento, molestia y frustración ciudadana por su gestión como tal: si bien este Presidente es la máxima autoridad formal de un país, su autoridad informal está gravemente afectada y mermada, condición que hace muy difícil su gestión de gobierno, en función de lo cual, se puede afirmar, que si bien resulta útil tener la autoridad formal, “sólo teniendo autoridad informal es posible movilizar a las personas”, ya que ésta se asocia directamente con el grado de credibilidad que tiene un individuo.

Algo similar ocurre cuando un ejecutivo recién llegado a una determinada empresa quiere generar cambios en la organización donde está prestando sus servicios: para poder provocar dichos cambios, esta persona deberá incrementar su autoridad informal con la finalidad de poder resistir de buena manera el tiempo que se demorarán los cambios en producirse y afianzarse. En este sentido, la autoridad informal es una suerte de cuenta de ahorro personal y ella será absolutamente necesaria para efectos de poder mantenerse en el cargo que ocupa el directivo, sobrellevar y soportar los embates del momento, así como también la resistencia al cambio que deberá enfrentar al interior de la organización, con la finalidad de poder continuar impulsando el proceso de cambio hasta el final.

Queda claro que “construir autoridad informal” es algo que requiere de tiempo, dedicación y esfuerzo, en tanto que perder dicha autoridad puede ocurrir en cosa de instantes: con que se cometa un solo gran error, toda la credibilidad –personal o profesional del individuo– puede derrumbarse e irse al tacho de la basura.

Por lo mismo, todas aquellas personas que ocupan posiciones de poder, ya sea a nivel empresarial, social, religioso o gubernamental, deben estar conscientes de que hay que monitorear de manera permanente lo que está sucediendo con la autoridad informal, procurando mantenerla incólume y, de ser necesario, reconstruirla nuevamente desde la base poniendo todo el esfuerzo y empeño que sea necesario, pero esta vez, siendo totalmente coherente entre lo que dice el sujeto y aquello que termina haciendo.

Digamos, finalmente, que para alcanzar el éxito en el logro de los objetivos propuestos, es necesario que el sujeto que hace las veces de líder genere confianza y un sentimiento de cohesión entre las personas a fin de captar y concentrar la atención de dichas personas, al mismo tiempo que dar un espacio al diálogo en favor de los cambios que haya que hacer, así como también en la resolución de los problemas que vayan surgiendo en el camino, no obstante la tensión e incomodidad que ello pueda provocar.

Ahora bien, en caso de que este supuesto líder no sea capaz de generar la necesaria credibilidad, confianza y cohesión entre las personas, cualquier trabajo y esfuerzo que se haga, estará destinado al completo fracaso.

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