Cuando el amor no basta para cambiar la conducta de una persona

Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl – Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)

“Amor: enfermedad mental transitoria… curable con matrimonio” (Tito Lucrecio, poeta y filósofo romano).

Digámoslo fuerte y claro: si en “una relación de pareja no existe respeto, reciprocidad y altruismo”, es muy difícil, si no imposible, que esa relación pueda prosperar, madurar y llegar a buen término. Esto se torna aún más real, cuando una de las partes en la relación de pareja piensa que el gran amor que siente por el otro(a) le permitirá cambiar los malos hábitos, defectos y la conducta reprochable que muestra su pareja. Una ilusión que muy pronto se desvanece.

¿Por qué razón se ha puesto tanto énfasis en el párrafo anterior? Por la sencilla razón de que hay personas que pecan de inseguras, dependientes, inmaduras, porfiadas y muchas veces obsesivas, que son capaces de iniciar un romance “envueltas en llamas”, y quienes, víctimas de una pasión irrefrenable, terminan –luego de finalizada la relación– consumidas por sus propias emociones, sintiéndose profundamente infelices, vacías, amargadas, sufrientes y totalmente traicionadas por el mal comportamiento que ha tenido su pareja.

Aquella persona que, inicialmente, fue vista como el “máximo objeto del deseo”, se revela –ante los incrédulos ojos del sujeto enamorado– como un individuo con vida e ideas propias, con sentimientos y emociones particulares, con virtudes y defectos múltiples, todo lo cual puede hacer flotar o bien hacer hundir a pique la relación iniciada.
Para desgracia del género humano, el avasallador enamoramiento inicial que experimenta una persona –sin que importe mucho su sexo, estatus social o edad– hace que el individuo, generalmente, pierda de vista muchas cosas y aspectos importantes del sujeto amado. Es decir, aun cuando la persona enamorada ha notado ciertos “signos negativos y muy poco auspiciosos” en relación con este sujeto, dicha persona tiende a desecharlos, los minimiza o, simplemente, les baja el perfil. Es decir, el sujeto enamorado se ha vuelto ciego ante ellos.

Posteriormente, cuando se analiza con los pacientes los resultados de su relación sentimental, reconocen haber notado, desde el inicio de la relación esos rasgos y señales peligrosas, pero jamás se les ocurrió pensar que eso les podría pasar a ellos, que les causarían tanto daño y dolor, y que tuvieran que llegar a soportar tal nivel de frustración y tensión.

Más aún. Se da el caso, de personas que, voluntariamente, se ciegan tanto frente a ciertas realidades desagradables, que son capaces de disculpar insultos, abusos, malos tratos, descalificaciones personales y groserías, a través de razonamientos tales como: “En realidad no lo quiso hacer”, “No fue su intención”“Al final de cuentas, yo lo provoqué y me lo busqué”, “Bueno, estaba con un par de copas de más”, etcétera, que son simples excusas y/o justificaciones sin valor y carentes de todo sentido acerca del reprochable comportamiento del otro, y una muestra más, de lo poco que se quiere a sí misma la persona y lo baja que está su autoestima.

En otras ocasiones, estas mismas personas experimentan lo que podría llamarse el “falso síndrome curativo del amor”, por intermedio del cual, el sujeto está convencido de que el gran amor que experimenta por su pareja, le permitirá finalmente “cambiar”“salvar” y “curar” a su amado(a) de todas las taras y defectos varios que trae consigo, y superar con éxito la relación amorosa.

Una apreciación, que, finalmente, resulta ser fatalmente equivocada, con las consecuencias esperables: fastidio, amargura, decepción, tensión, estrés, depresión, ideaciones suicidas, etc.

En los casos más graves, incluso la muerte, ya que no son pocas las mujeres –y hombres– que mueren por mano de sus supuestos enamorados. Es en estas circunstancias –cuando el daño ya está hecho–, que hacen acto de presencia expresiones tales como: “¡Fui una verdadera tonta(o)!”“¿Cómo no me di cuenta antes de lo que estaba pasando?”“¿Cómo pude ser tan ciega(o)?”

Por lo tanto, tenga siempre presente que las “relaciones tóxicas” que establecen algunas personas se pueden convertir en un factor de riesgo tan grave y tan grande –hasta el grado de enfermarse y morir–, como lo puede ser el hecho de sufrir de presión arterial alta, tener el colesterol elevado o sufrir un accidente cardiovascular.

La calidad de las relaciones interpersonales que cada ser humano establece con otros, puede reducirse a dos consecuencias esenciales: o bien nos protegen y resguardan de diversos males y crisis, o por el contrario, agudizan los efectos y daños que nos pueden ocasionar bajo la forma de diversas enfermedades.

En las relaciones de reciprocidad, como lo son las relaciones amorosas y de pareja, el principio de equidad que debe prevalecer, es aquel, en que cada una de las partes involucradas debe estar dispuesta a dar lo mismo –y en igualdad de condiciones– de lo que al otro se le pide o exige. El efecto resultante deberá ser bidireccional y de mutua satisfacción, de otra forma, el pronóstico no será, precisamente, muy favorable, y los ataques de angustia, ansiedad, estrés y depresión post relación se harán sentir con mucha fuerza.

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