Leer para vivir
Cuando surgieron los libros electrónicos hace ya varios años, aparecieron también oráculos que anunciaban la inminente muerte del libro de papel. Por fortuna no ha sucedido así y, de acuerdo con distintos reparos en la actualidad tampoco ocurrirá, por lo menos, en un futuro cercano. Es más, a pesar del continuo desarrollo digital el papel de los libros continúa liderando la opción por la cultura, la imaginación y la entretención. Sin embargo, no se trata ahora de comparar ni menos aún competir entre un estilo y otro, solo de festejar.
Esta semana celebramos el día internacional del libro -independiente su estilo- y, con ello, procuramos exaltar la estupenda función que posee en cuanto obra literaria, científica o de cualquier otro tipo. Si admitimos que el valor de un libro no está en su portada, debemos igualmente aceptar que no adquirimos libros por su colorido o por su apariencia, sino por la fuerza de su narrativa, solo así es posible estimular la inteligencia y la actitud reflexiva ante la vida. Francesco Petrarca, considerado uno de los padres del humanismo, señaló hace alrededor de 700 años que quien desee vanagloriarse de sus libros, no debe lucirlos sino más bien entenderlos. ¡Cuánta razón!, pues un libro bien leído puede girar el mundo interior y el exterior de un atento lector.
El libro real no es solo el que escribe el autor, sino también el que lee el lector, sin la conjunción de ambos, el libro no existe en verdad o, sencillamente existe a medias. En cierto sentido, uno y otro son creadores y responsables de la pujanza literaria, cultural y social que experimentan nuestras sociedades a consecuencia del libro. Jorge Luis Borges enseñó en los años 80, en los llamados talleres literarios de narrativa y poesía que dictó en Buenos Aires, que la poesía en sí no existe y que el poema solo lo hace “cuando es escrito y cuando es leído. Existe si el autor obra bien y si el libro da con el lector para el cual fue escrito”.
No siempre es fácil dar con el texto adecuado, particularmente cuando la oferta editorial es tan amplia y variada como afortunadamente hallamos en nuestros días. Además, no todo libro, por el hecho de serlo, necesariamente es valioso o útil, se requiere una cuota de discernimiento para saber elegir aquello que contribuye de mejor manera, al desarrollo como persona y como ciudadano comprometido con la sociedad. Ahora bien, en tanto menos leamos menos oportunidad tenemos de generar pensamiento propio y de discernir adecuadamente la bondad, la belleza y la veracidad de las cosas y, más fácil será conformarnos con epítomes deficientes, inexactos y hasta mendaces ofrecidos -en no pocas ocasiones- en las redes sociales. Si bien no las conoció, cuánta razón tuvo don Miguel de Unamuno al decir: “Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”.