Diseño inclusivo, negocio inteligente: por qué derribar tres mitos puede cambiar el valor de un proyecto inmobiliario
Por Soledad Dirani, directora creativa de Verona Disegni
Cuando hablamos de diseño inclusivo, muchos todavía lo asocian con una rampa añadida al final de la obra o con una habitación “adaptada” que nadie quiere mostrar en el render comercial. Desde mi experiencia en proyectos residenciales premium, hotelería y desarrollos de real estate, veo algo muy distinto: la inclusión no es un costo extra ni una concesión; es una de las formas más inteligentes de blindar un proyecto hacia el futuro y hacerlo verdaderamente deseable.
El desafío es que el mercado todavía arrastra varios mitos que frenan decisiones clave. Quiero proponer derribar tres de ellos y mirar la inclusión no sólo como un imperativo ético, sino como una ventaja competitiva concreta.
Mito 1: “El diseño inclusivo es solo para personas con movilidad reducida”
Este es, quizás, el malentendido más frecuente. La inclusión no se limita a la silla de ruedas: abarca edades, neurodivergencias, percepciones sensoriales, idiomas, culturas, niveles de familiaridad con la tecnología, estados emocionales. La diversidad humana es mucho más amplia que cualquier categoría médica.
Según la Organización Mundial de la Salud, hoy se estima que 1.3 mil millones de personas —alrededor del 16% de la población mundial— viven con una discapacidad significativa. Y si miramos sólo a la población en edad de trabajar (15 a 59 años), el último Global Disability Inclusion Report señala que también allí el 16% tiene alguna discapacidad, con mayor prevalencia en mujeres. Es decir: no estamos hablando de una minoría puntual, sino de una porción enorme del mercado, del talento y de los usuarios finales de cualquier edificio.
Al mismo tiempo, las sociedades se están volviendo crecientemente longevas. En América Latina y el Caribe, la proporción de personas mayores de 60 años casi se duplicará hacia 2050, llegando a representar aproximadamente el 25% de la población, según CEPAL.
Ese envejecimiento implica más necesidades de apoyo, cambios en la manera de percibir la luz, el contraste, el ruido, la orientación. Un lobby de hotel, un hall de un edificio corporativo o un pasillo de circulación que hoy se piensa “solo” para el usuario joven y sano, probablemente no represente a la mayoría de quienes lo habitarán dentro de 15 o 20 años.
Cuando en Verona Disegni hablamos de diseño inclusivo, hablamos de adelantarnos a esa realidad: pensar circulaciones claras para quien se desorienta fácilmente, señalética comprensible para quien no domina el idioma local, materiales que guíen al tacto, iluminación que acompañe la edad de los ojos de quien entra. No es un formato de “espacios especiales”, es una mirada transversal a todo el proyecto.
Mito 2: “Lo inclusivo es menos estético”
Otro mito frecuente es que lo inclusivo “arruina” la imagen de un espacio. Como si empatía y belleza fueran conceptos opuestos. Lo que vemos en la práctica es exactamente lo contrario: cuando el diseño nace desde la comprensión profunda de quiénes van a usar el espacio, la funcionalidad no recorta la estética, la potencia.
En los últimos años, diferentes organismos y think tanks del sector inmobiliario y urbano vienen insistiendo en que el diseño inclusivo es, ante todo, diseño centrado en las personas. Un informe reciente sobre capacidades en diseño inclusivo en el entorno construido, publicado por el gobierno del Reino Unido, lo define como la creación de entornos que puedan ser usados “de forma segura, fácil y con dignidad por todas las personas, de manera equitativa e independiente”. Esa definición está mucho más cerca de la arquitectura de alta gama que de la mera “adaptación” funcional.
En proyectos residenciales y hoteleros, esto se traduce en detalles muy concretos: transiciones suaves entre interior y exterior, pasillos que no abruman con ruido o reflejos, baños donde la posición de los artefactos facilita la movilidad, habitaciones donde la iluminación puede ajustarse según la sensibilidad de cada huésped. Nada de eso es antiestético; son decisiones de diseño que elevan la experiencia.
Además, hay un efecto sutil pero poderoso: los espacios inclusivos suelen percibirse como más “inteligentes” y más coherentes. Cuando un huésped no tiene que “pelearse” con la habitación, cuando una persona mayor puede circular sin miedo a tropezar, cuando alguien con hipersensibilidad sensorial encuentra un salón que no lo agota, eso impacta directamente en la percepción de valor de la marca y en la tasa de recomendación.
Mito 3: “Es más costoso y complejo”
El tercer mito tiene que ver con el presupuesto. Muchas veces la conversación sobre inclusión aparece tarde, cuando el proyecto ya está avanzado, y cualquier ajuste se percibe como un sobrecosto. Pero el problema ahí no es la inclusión, sino el timing.
Cuando se incorpora la mirada inclusiva desde el inicio —en la etapa de concepto, en el layout, en la estrategia de recorrido—, la mayoría de las decisiones tienen más que ver con criterios que con grandes inversiones: proporción de circulaciones, jerarquía de accesos, selección de texturas, esquema de iluminación, legibilidad de la señalética, ubicación de servicios. Son “pequeños gestos” que se integran al diseño general y que, bien pensados, tienen impacto mínimo en el CAPEX y enorme en la experiencia.
Hay, además, una razón muy clara desde el punto de vista del negocio. Un informe reciente sobre espacios y lugares inclusivos en el Reino Unido muestra que la falta de diseño inclusivo no solo genera barreras simbólicas, sino pérdidas de ) en unos 300.000 millones de libras al año, solo en ese país.
El mensaje es contundente: cada puerta inaccesible, cada baño imposible de usar, cada circulación confusa no es solo un problema ético; es una oportunidad de facturación que se pierde. En hotelería, comercio y real estate de alto estándar, esto se traduce en noches no reservadas, locales no visitados, amenities subutilizados, reputación que se erosiona silenciosamente.
Inclusión, innovación y reputación: un triángulo virtuoso
Otro punto que suelen subestimarse es cuánto impulsa la innovación la mirada inclusiva. Distintos análisis del sector privado vienen mostrando que trabajar con criterios de accesibilidad, usabilidad y co-diseño con usuarios diversos no solo mejora la experiencia, sino que genera productos y servicios más creativos y competitivos. Firmas globales de consultoría vienen vinculando la inclusión en diseño con mayor capacidad de innovación y de apertura de nuevos mercados.
En nuestra práctica, lo vemos a diario: cuando pensamos un lobby que contemple desde el viajero de negocios hiperconectado hasta la familia multigeneracional, o cuando proyectamos un spa que pueda ser disfrutado tanto por una persona joven neurodivergente como por un adulto mayor, las soluciones que aparecen son más ricas y más memorables. Eso se traduce en diferenciación real frente a otros proyectos que solo persiguen una estética “instagrammeable” pero poco habitable.
Para los desarrolladores y fondos de inversión, hay otro componente clave: la gestión de riesgos. Un proyecto que ignora la inclusión hoy no solo se expone a críticas reputacionales, sino también a un mayor riesgo regulatorio en el futuro. A medida que la legislación y las normas técnicas se vuelvan más exigentes en materia de accesibilidad, los edificios que ya hayan incorporado este enfoque desde el diseño partirán de una posición mucho más sólida.
Del checklist al criterio de diseño
Si algo nos interesa subrayar desde Verona Disegni es que la inclusión no puede quedarse en un checklist de normas. Es una manera de pensar el espacio que atraviesa todas las decisiones: desde el concepto narrativo hasta el detalle del herraje.
La pregunta que nos hacemos frente a cada proyecto es: ¿quiénes van a habitar este lugar en los próximos 20 años? Esa pregunta incluye a personas mayores, a usuarios con discapacidades visibles e invisibles, a identidades diversas, a huéspedes que viajan con niñas y niños, a personas que llegan cansadas después de un vuelo nocturno. Y el objetivo es que todas ellas se sientan bienvenidas, no toleradas.
En un contexto en el que la población de personas con discapacidad y de adultos mayores seguirá creciendo, y donde la competencia entre destinos, hoteles y proyectos inmobiliarios es feroz, el diseño inclusivo deja de ser una opción “nice to have” y se convierte en un criterio de buena gestión.
Cerrar la brecha entre discurso y obra construida
Veo cada vez más discursos sobre diversidad, equidad e inclusión en los reportes de sostenibilidad y en las presentaciones comerciales. Pero esa narrativa muchas veces no llega al hormigón, a la madera, a la luz, a los recorridos reales. La brecha entre lo que se promete y lo que se vive en el espacio físico es, hoy, una de las grandes asignaturas pendientes del sector.
La buena noticia es que cerrarla no requiere revoluciones épicas, sino consistencia: involucrar la inclusión desde el primer croquis, sostenerla en las decisiones de layout, defenderla en la dirección de obra, entrenar a los equipos de operación para que esos espacios se usen como fueron pensados.
Como arquitecta y directora creativa, mi convicción es simple: un espacio verdaderamente contemporáneo no se mide solo por la calidad de sus materiales o por la espectacularidad de sus imágenes, sino por la cantidad de personas que pueden habitarlo con comodidad, autonomía y placer.
A desarrolladores, fondos, estudios de arquitectura, cadenas hoteleras y marcas de lifestyle, la invitación es clara: mirar la inclusión no como un costo, sino como una forma de aumentar el valor de los activos, de ampliar la base de clientes y de construir reputación a largo plazo.
En Verona Disegni trabajamos con una idea central que atraviesa todos nuestros proyectos: la inclusión no es un extra. Es buen diseño desde el inicio.
Y este es, quizás, el verdadero cambio de paradigma que el real estate de alta gama necesita asumir si quiere seguir siendo relevante en los próximos años.
