La verdad… de las mentiras.
Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl, Académico, escritor e investigador (PUC-UACh).
La mentira se define como “una afirmación que hace una persona, estando consciente de que no es verdad”, o bien, como “un discurso que es contrario a la verdad” y que tiene como sinónimos los siguientes conceptos: argucia, embuste, falsedad, patraña.
Los investigadores mexicanos Jesús Duarte y Gloria Sánchez en un estudio realizado en el año 2017 señalan que aún cuando la mentira está considerada como “un antivalor moral y siempre tiene una connotación negativa”, desde el punto de vista biológico su uso está muy extendido y se lo califica como un “mecanismo de supervivencia”, e incluso, como mecanismo de integración social, ya que, de otra forma, un determinado sujeto podría quedar excluido socialmente, si solo se atuviera a decir la verdad.
Diversos estudios han revelado que: (a) la gente miente, en promedio, entre una y dos veces al día, (b) una de cada dos conversaciones que sostiene un adolescente con su madre incluye una mentira, (c) alrededor del 85% de los jóvenes reconoce haberle mentido a su pareja sobre relaciones pasadas, (d) las personas que son extrovertidas tienen una mayor inclinación a falsear la verdad, (e) los niños están preparados para mentir desde los dos o tres años de edad.
Ahora bien, ¿qué sucedería si de un momento a otro todo el mundo se volviera brutalmente franco? Pues bien, es altamente probable, que el mundo terminase por colapsar.
Hasta la más mínima, blanca e inocente de las mentiras requiere de la presencia de dos actores en escena: el sujeto mentiroso y una persona que esté dispuesta a creerle, ya sea, por comodidad, porque es muy inocente y crédula, por flojera, o bien, por simple conveniencia personal. Los estudios y análisis demuestran, por ejemplo, que las redes sociales –con Facebook a la cabeza– están plagadas de mentiras, exageraciones y falsedades, donde frases como “¡Que bella que estás amiga!”, “¡Qué bien que te ves!”, “¡Nadie como tú hermosa!”, “¡Eres lo máximo: te ves espectacular!”, etc., no pasan de ser frases de buena crianza con la finalidad de no ofender a la persona a la cual se dirige la frase, ya sea, porque se trata de una persona amiga, un familiar o el jefe(a) de quien emite la frase.
Los estudios indican que esas “mentirillas” y mentiras que salen de nuestra boca, forman parte de la realidad inventada por la raza humana. En función de lo anterior –y para no caer en las redes de un sujeto mentiroso– la clave más importante, es estar alerta y escuchar con atención sus palabras, sin perder el más mínimo detalle, ya que de nada servirá esperar que al sujeto mentiroso le “crezca la nariz” –como en el cuento de Pinocho– mientras lanza sus mentiras.
Un lugar donde todas las personas profesaran una honestidad a toda prueba, sólo sería factible en un mundo imaginario perfecto. La razón es muy simple. ¿Hay alguien que se atreva a decirle a una mamá que su bebé, en realidad, es feo, peludo y/o poco agraciado? ¿O confesarles a los padres de la novia que su hija se ve espantosa? En otras palabras: decir toda la verdad no es posible, ni tampoco deseable o conveniente.
El dicho que asegura que los “borrachos y los niños dicen siempre la verdad” no pasa de ser una mera ilusión y no tiene respaldo científico alguno, por cuanto, de acuerdo con una investigación de la Dra. Victoria Talwar, profesora de la U. de McGill, Canadá, publicada en un libro titulado “Los niños y las mentiras: un siglo de investigación científica”, los niños están preparados para mentir a partir de los dos años de edad. Ahora bien, si su hijo(a) ya lo hace, usted no se preocupe, ya que la Dra. Talwar explica que se trata de una “señal de inteligencia”, por cuanto, se requiere de la capacidad para crear una realidad alternativa –y falsa–, así como de una cierta habilidad social para convencer a otros de la mentira que se está diciendo.
En un estudio realizado por la Dra. Bella De Paulo, psicóloga social de la U. de California, ella concluye que la mayoría de la gente miente entre una y dos veces al día, es decir, casi con la misma regularidad con que las personas se cepillan los dientes. Es así, por ejemplo, que ella asegura que las relaciones más íntimas son aquellas que encierran los peores engaños, ya que de acuerdo con De Paulo, las personas “reservan sus mentiras verdaderamente grandes para la gente más cercana”. Es decir: grandes amores… grandes mentiras. No está de más señalar, que la Dra. De Paulo se ha hecho acreedora de varias distinciones académicas por sus investigaciones en el campo de la psicología del engaño y la detección del mismo.
(Para los interesados en el tema: https://mentirapedia.com/index.php/Bella_DePaulo).
Asimismo, la comunicación entre padres e hijos no destaca, precisamente, por su honestidad, en especial, durante la adolescencia, alcanzando su peak en el número de mentiras que se dicen alrededor de los 14 años. En este mismo contexto, Mark Twain, escritor, orador y humorista norteamericano, autor del famoso libro Tom Sawyer, decía que era más fácil engañar a la gente, que convencerlas de que han sido engañadas.
De acuerdo con la Dra. De Paulo, tanto hombres como mujeres mienten casi con la misma frecuencia, pero con énfasis algo distintos. Si, por ejemplo, hablamos de las “mentiras blancas”, las mujeres lo hacen más para proteger los sentimientos de otras personas, en tanto que los varones tienden a fantasear acerca de sí mismos, por cuanto, según la Dra. De Paulo, una conversación típica entre dos “amigos de parranda” contiene nada menos que ocho veces más mentiras propias, que sobre terceros.
Por otra parte, estudios de la U. de California señalan que no sería del todo bueno ser demasiado honestos con uno mismo y que “mentirnos un poco, es esencial para conservar una buena salud mental”. Ahora bien, al comparar cierto tipo de personas entre sí, se detectó que los sujetos responsables, así como también las personas depresivas mienten menos que quienes no lo son, en tanto que las personas con alta autoestima y físicamente atractivas, tienen mayores habilidades para mentir bajo presión.
El dicho popular “Se descubre primero a un mentiroso que a un ladrón” no pasa de ser una gran mentira, por cuanto, de acuerdo con otro estudio de la Dra. De Paulo, tan sólo un quinto de las falsedades dichas por los sujetos que eran parte del estudio, pudieron ser detectadas y descubiertas. Además de lo anterior, los sujetos estudiados estaban dispuestos, incluso, a repetir el 75% de sus engaños, si se les daba una segunda oportunidad. ¿Qué le parece? ¿No le huele a usted a nuestra (mala) clase política?
Aquí un prueba: cuando se analiza el caso de las personas que se presentan como candidatos(as) a alcaldes, diputados, senadores o presidentes, al preguntárseles por qué razón quieren ocupar algunos de estos cargos, la respuesta estándar varía entre: “¡Para servir al país!”, “¡Para mejorar la calidad de vida de mis compatriotas!”, “¡Para acabar con la política entre cuatro paredes!”, es decir, un montón de embustes, patrañas y frases trilladas, pero nunca reconocen –tal como lo revelan diversos estudios– que las verdaderas razones son: (a) el ansia por el poder, (b) figurar y adquirir notoriedad, (c) el deseo de disfrutar –a expensas de otros– de un montón de privilegios y prebendas asociados a los cargos, (d) enriquecerse, ya sea legal o ilegalmente, en cargos donde hay fuero e inmunidad, (e) ocupar un puesto donde se gana mucho y se trabaja poco, etc., ya que si dijeran la cruda verdad, lo menos que recibirían por parte de los votantes, sería un P.E.T., es decir, una patada en el traste.
Digamos, finalmente, que un hombre muy sabio y observador dijo en una ocasión, que el camino hacia el poder estaba pavimentado de mentiras, engaños e hipocresía.