¿Está la obesidad obstaculizando el rendimiento académico?
Álvaro Opitz Ben-Hour
Director de Nutrición y Dietética
Universidad San Sebastián Sede De la Patagonia
La jornada académica completa hasta octavo básico es de 38 horas semanales, subiendo a 42 horas durante la enseñanza media. Son 28 años los que han transcurrido desde el inicio progresivo de esta medida propuesta a través de la ley 19.532, con el fin de eliminar brechas de desigualdad en el contexto educativo y mejorar, en consecuencia, la calidad de la educación.
A pesar de que existe una escasa evidencia científica que pueda demostrar si esta medida eventualmente significó una mejora en la calidad de la educación, permítame el lector ahondar en una arista que se desprende de esta realidad y que se presenta como un potencial factor relacionado con los resultados del reciente Mapa Nutricional en Chile.
Un dato interesante, respecto de la vigente minuta de la jornada escolar completa es que representa un 35% más de horas semanales en promedio al resto de los países de la OCDE. Coincidentemente, nuestro país lidera las tasas de obesidad en comparación a los países de la misma organización, ubicándose en tercer lugar por sobre Estados Unidos.
Se ha demostrado que los niños y adolescentes con sobrepeso y obesidad tienen un menor rendimiento académico, mayores tasas de ausentismo a nivel escolar y, en consecuencia, un menor rendimiento incluso a nivel universitario. El impacto que la obesidad plantea hoy en día, como se puede apreciar, ya no recae solo en el contexto médico, sino también como factor activo de la desigualdad social que este estado significa.
Es necesario tomarse un par de minutos para reflexionar respecto a esta realidad y luego reconocer la necesidad de incluir a nutricionistas en cada establecimiento educativo. En efecto, un nutricionista podrá ejercer su profesión a través de diferentes veredas con miras a la prevención y control enfermedades; podrá realizar intervenciones educativas tanto a estudiantes como apoderados y a toda la comunidad académica; realizar evaluaciones nutricionales, generar planes estratégicos de intervención a la comunidad; supervisar el Programa de Alimentación Escolar y el Programa de Alimentación Preescolar de manera constante y oportuna; supervisar quioscos y ser el actor permanente en el proceso de mejoramiento de la salud relacionada a la malnutrición por exceso.
Es bien sabido que las redes sociales han popularizado los mitos alimentarios bajo diferentes intereses, muchas veces mediados por discursos sin sustento científico. En un mundo donde nuestros estudiantes consumen información rápida (y posiblemente sesgada) a través de sus dispositivos móviles, será necesario también reconocer que la era digital trae consigo un factor de riesgo más.
Como profesionales de la salud, no podemos dejar de preguntarnos ¿por qué la aguja del sobrepeso y la obesidad no se mueve hacia donde queremos? Las intervenciones parecen llegar tarde, el tiempo parece escaso, el interés mediado por la cultura de lo inmediato aparentemente no se centra en el movimiento o en el cambio de hábito. ¿Es posible que los niños y adolescentes estén pasando muchas horas a la semana sin el apoyo oportuno de una cultura del movimiento y la correcta alimentación? ¿estos cambios podrán acarrear, también, una mejora en el rendimiento académico?
La atmósfera escolar es sin duda un factor determinante para generar cambios asociados a la salud pública y a la igualdad social, realizar una intervención definitiva incluyendo a estos profesionales dentro de la institución podrá generar un impacto positivo a diferentes escalas.