“No es la edad, es la mentalidad: formar para transformar el territorio”
Por: Erwin Moreira, Coordinador de Vinculación con el Medio IP-CFT Santo Tomás Osorno
El mayor error que puede cometer un educador es pensar que su mejor enseñanza ya pasó.
En educación superior, y particularmente en la formación Técnico – Profesional, no hay espacio para la nostalgia inmovilizante ni para la repetición automática. Hoy, más que nunca, no es la edad lo que define nuestra capacidad de enseñar, sino la mentalidad con la que abrazamos el presente y nos proyectamos al futuro.
Durante años he trabajado con jóvenes que llegan a nuestras aulas con historias marcadas por la desigualdad, la frustración o la desconfianza en las instituciones. Y también he trabajado con docentes que, a pesar del tiempo, conservan la capacidad de asombrarse, de cambiar y de aprender. Eso hace la diferencia.
La docencia no se mide en cronología, se mide en capacidad de conexión, en pasión por lo que se hace, y en voluntad de impactar más allá del aula.
En este contexto, la docencia vinculada y la bidireccionalidad no son eslóganes. Son caminos concretos para resignificar los aprendizajes.
Cada vez que un estudiante aplica lo aprendido en terreno, cuando escucha a un dirigente social, levanta información de una comunidad o ejecuta un proyecto real el conocimiento cobra sentido, se humaniza y se vuelve transformación. Ahí ya no solo se está formando un técnico o un profesional. Se está sembrando a alguien que va a devolverle algo a su territorio.
El autor Michael Fullan nos recuerda que “la innovación educativa comienza cuando los docentes dejan de ser transmisores y se convierten en agentes de cambio”. Pero el cambio no parte en una política institucional ni en un plan estratégico: parte en la actitud diaria de un docente que decide hacer las cosas distinto, que se pregunta no solo qué enseñar, sino para qué, para quién y con qué impacto.
Por eso, he aprendido que la innovación no siempre necesita grandes tecnologías o recursos sofisticados. A veces basta con cambiar la pregunta, abrir la puerta del aula al territorio, dejar que los estudiantes se equivoquen con sentido, que diseñen, que investiguen, que propongan. Que se enfrenten con lo real. Que se sientan parte de algo más grande que una calificación.
Desde esta mirada, formar no es repetir contenidos: es transformar los aprendizajes, para que luego ellos transformen el entorno. Es enseñar para que cada estudiante desde su carrera, su historia, su comunidad, pueda ser una pieza del desarrollo local.
Porque Chile no se construye solo desde las grandes decisiones; también se construye en la periferia, en lo técnico, en lo social, en lo cotidiano.
Motivar a otros docentes a sumarse a este enfoque no es fácil. Muchos creen que innovar es una moda o una sobrecarga. Pero yo les digo: innovar es volver a creer que lo que hacemos importa. Que podemos enseñar distinto. Que no estamos repitiendo una rutina, sino acompañando procesos que pueden cambiarle la vida a alguien, o incluso a una comunidad entera.
En tiempos donde parece que todo se acelera, nuestra apuesta debe ser más humana, más territorial y más comprometida.
Porque la verdadera innovación no es solo metodológica. Es profundamente ética. Y si bien la edad nos da experiencia, es la mentalidad abierta la que nos permite seguir vigentes y ser necesarios.
Al final, no se trata de enseñar para que nuestros estudiantes pasen de curso. Se trata de enseñar para que ellos, cuando egresen, puedan hacer que sus comunidades avancen.