Menores que se convierten en delincuentes

Dr. Franco Lotito C.  –  www.aurigaservicios.cl

Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)

 

Desde hace varios años se viene observando en nuestro país a niños de entre los 10 y los 17 años que se dedican a realizar –con cuchillos, pistola en mano, con mucha violencia y con total desprecio de la vida ajena y de la propia– innumerables hurtos, asaltos, robos, portonazos, encerronas, tráfico de drogas, violaciones, homicidios, etc.

Dependiendo de la edad del menor –y en función de la “inimputabilidad” y la “falta de discernimiento” que protege a los delincuentes menores de 14 años– lo único que pueden hacer las policías y las autoridades respectivas, hoy en día, es entregar al niño-delincuente en las manos de sus padres, sus guardadores, o bien, dejarlos en manos del SENAME, sin castigo y sin que importe mucho el amplio historial delictual del menor, así como tampoco la gravedad de su falta, con lo cual, y a raíz de que por parte de las autoridades responsables no existen –ni tampoco se toman– rápidas acciones que apunten a una intervención familiar con la finalidad de evitar la reincidencia en los delitos, lo único que se logra es afirmar y perpetuar el ciclo de la delincuencia y de los delitos, los que son ejecutados cada vez con más violencia y brutalidad. Especialmente, cuando el menor vive y se educa en un medio ambiente donde prima la violencia, el alcohol, la droga y la delincuencia. Más a menudo de lo que se cree, los padres, tíos, hermanos y primos del menor son delincuentes avezados, que han entrado y salido de las cárceles, una y otra vez.

El otro drama es el siguiente: de acuerdo con una investigación publicada en julio de 2021 y en función de las cifras entregadas por el Poder Judicial, más de 49.000 menores de edad –entre los 14 y los 18 años– fueron condenados en los últimos cinco años por robos con violencia, violaciones a menores y mayores de 14 años, robo de vehículos, robo de bienes nacionales, tráfico de drogas, homicidios, etc.

Se calcula que alrededor del 17% de los delincuentes juveniles son niñas que vulneraron el sistema y las leyes en los últimos años como consecuencia de haber sido sometidas a una crianza negativa y con padres ausentes, haber sufrido abusos y abandono, con familias metidas en el sistema criminal: el papá delinquiendo y la mamá traficando. En este sentido, los patrones comunes que conducen a que los menores vulneren e infrinjan las leyes son los siguientes: deserción escolar a temprana edad, ausencia familiar, influencia negativa de los pares, consumo de drogas y alcohol, manejo de armas, entre otros.

Diversos estudios internacionales, entre ellos, un estudio del Instituto Nacional de Investigación en Salud y Medicina de Francia, han llegado a la conclusión de que la detección de “conductas antisociales tales como la agresividad, el cinismo, el matonaje (o bullying), la tendencia a la manipulación o un bajo índice de moralidad” debería llevarse a cabo desde muy temprano en la vida del menor –preferentemente desde el jardín infantil– con la finalidad de predecir posibles comportamientos delictuales y evitar precozmente que esa conducta se agrave y/o se convierta en un comportamiento habitual del menor. Esto requiere, forzosamente, un diagnóstico precoz y una intervención psico-social temprana.

Constituye un gravísimo error de juicio pensar que los problemas de conducta se manifiestan exclusivamente durante el periodo de la adolescencia, por cuanto, resulta ser tremendamente incoherente –y contraproducente– en relación con el buen desarrollo y bienestar de un menor, esperar a que el adolescente de 15 años reincida en sus actos delictuales para que la sociedad y las autoridades responsables comiencen recién a “preocuparse” de su caso. A esa edad, lamentablemente, puede ser algo tarde.

Estudios de observación –o de cohorte– de mediano y largo plazo que permiten el seguimiento muy estrecho y de alta calidad de grupos de niños, como los que han llevado a cabo los países nórdicos en relación con diversos grupos de menores que presentan un determinado factor de riesgo –como es el caso de “las conductas antisociales”– han concluido que una “alteración conductual temprana entre los tres y los seis años” es claramente “predictiva de problemas de conducta posteriores” en la vida.

Cuando se está frente a un adulto con trastorno antisocial y que es un transgresor de la ley que robó, violó y asaltó, al hacer un estudio de su biografía e historial de vida, se advierte rápidamente que el sujeto comenzó a mostrar desde muy temprano este tipo de conductas. Lo anterior, no significa, eso sí, que si un niño roba una vez, de adulto se convertirá, necesariamente, en un ladrón. Son las conductas repetitivas desviadas de la norma durante la niñez las que predicen un mal futuro.

Ahora bien, iniciativas que promueven la identificación y descubrimiento de conductas anómalas –o desviadas del curso normal de desarrollo– en menores de tres a seis años, son las que permiten llevar a cabo las mejores estrategias de intervención y reparación de conductas infantiles, con mayor razón cuando estos menores provienen de entornos familiares degradados donde la delincuencia, la ingesta de alcohol, el consumo y tráfico de drogas es la norma. La razón para darle importancia a estas iniciativas, es muy simple de comprender: muchos de estos menores delincuentes cargan con graves delitos como: robos con violencia, porte de armas prohibidas, homicidios, robos de vehículos, secuestro, delincuencia organizada, violaciones, etc.

Es así, por ejemplo, que en las protestas –de cualquier tipo y temática– es habitual observar que los hechos más violentos tienden a ser protagonizados por menores de 15 años. Asimismo, existen bandas delictuales, cuyos líderes –tanto hombres como mujeres– son a menudo más jóvenes que la mayoría de sus integrantes.

Las diversas investigaciones han sacado, asimismo, a la luz, que muchos de los adolescentes delincuentes carecen de modelos de conducta adecuados de los cuales aprender “buenos comportamientos”, por cuanto, muchos de los padres de estos menores delincuentes han cometido ellos mismos graves actos en contra de la ley, presentando, al mismo tiempo, un alto grado de violencia intrafamiliar, así como también consumo habitual de drogas y alcohol. Cuando se hace un estudio del perfil de estos jóvenes delincuentes, es fácil advertir que los menores presentan, generalmente, baja autoestima, una personalidad inestable e inmadura, con rasgos impulsivos, nulo control de la ira, suspicacia, hostilidad y rebeldía hacia la autoridad, venga ésta de donde venga: autoridad paterna, escolar, social, policial.

Por otra parte, debemos tener muy en cuenta, que en los tiempos que corren, el uso de la violencia de todo tipo se ha posicionado fuertemente en la sociedad contemporánea y, como consecuencia de lo anterior, también se ha “infiltrado” –por decirlo de algún modo– en la vida de muchos de estos adolescentes, quienes por un efecto “espejo” han aprendido que la forma “normal” de resolver sus problemas y dificultades, es mediante el uso de la violencia, la fuerza, la amenaza y la agresión.

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