Las frases de los hijos que más exasperan a los padres
“Antes de casarme tenía seis teorías sobre el modo de educar a los niños. Hoy tengo seis hijos y ninguna teoría” (John Wilmot, poeta y escritor inglés).
Un ranking elaborado por la revista Parenting (o Crianza de los Hijos) recopiló todas aquellas afirmaciones que dicen los hijos que desesperan y sacan de quicio a los padres, debido a que no suelen ser frases fáciles de aceptar y de responder.
Cuando un adulto es desafiado por un menor con frases exasperantes e hirientes tales como: “¡Te odio!”, “¡Tú no me mandas, no eres mi jefe!”, “¡Lo quiero ahora!”, “¡No te quiero!”, “¡Tú nunca me dejas hacer nada!”, “¡Es mío, no me lo pueden quitar!”, etc., surge desde el interior de los adultos la fuerte tentación de responder impulsiva y violentamente con frases que pueden generar conflictos aún mayores, o bien, no saben cómo responder o reaccionar ante este tipo de frases desafiantes con calma y madurez.
En los menores es bastante común que pongan a prueba la autoridad y paciencia paterna, así como la coherencia con la que reaccionan los padres ante las exigencias, frases y recriminaciones de los hijos, las que suelen dejar frustrados y sin respuestas a los adultos.
De acuerdo con Heike Baum, autora del libro “¡Lo quiero ahora! Cómo tratar la impaciencia, frustración y las rabietas”, el desarrollo de la destreza y habilidad para desafiar al adulto por medio del lenguaje y de ciertas conductas infantiles, es parte integral del desarrollo verbal y social del niño. Sin embargo, muchas de estas conductas y comportamientos rebeldes continuarán manifestándose también en la adolescencia, en función de lo cual, es preciso tener en cuenta, que aun cuando algunas de las frases lanzadas como “misiles emocionales” por los hijos puedan resultar muy hirientes e irritantes para los padres, nunca deben ser tomadas como algo personal.
Durante la etapa del desarrollo, los niños deben aprender a postergar su gratificación y a manejar su frustración por no obtener alguna cosa que estén exigiendo. Frases tales como “¡lo quiero ahora!” necesitan ser controladas por los padres, quienes deben saber que nunca hay que satisfacer las exigencias del menor mientras éste se encuentre en medio de un berrinche, rabieta o de una pataleta.
La razón es muy simple: dar satisfacción inmediata a la exigencia del niño(a) le impide al menor aprender a tolerar la frustración de no conseguir lo que quiere. La reacción y esfuerzos de los padres deben apuntar a explicar al niño que lo que quiere le será dado en la medida que ello sea posible y sólo cuando se calme y tranquilice del todo.
La paciencia y aguante de los padres es puesta constantemente a prueba con frases como “¡quiero otra mamá!”, “¡ya no te quiero!” “¡te odio!”. Ante este tipo de afrentas, es preciso dialogar con los hijos y darles a entender que sus palabras son muy dolorosas e hirientes, pero sin mostrar debilidad y jamás bajarse a su nivel. Entrar a responder estas frases con otras de igual calibre sólo puede tener como resultado generar heridas emocionales en ambas partes, las que luego son difíciles de sanar. Lo único que se logra con ellas, es correr el riesgo de escalar el nivel de conflictos familiares, conflictos que terminan siendo innecesarios e improductivos.
En esta etapa del crecimiento infantil, las relaciones entre padres e hijos constituyen la base fundacional del desarrollo de la personalidad de los niños, en función de lo cual, los expertos estiman que el proceso comunicativo, el establecer un rayado de cancha y límites claros, el proporcionar la contención necesaria permitirá el adecuado desarrollo emocional y afectivo de los menores.
A modo de ejemplo: si el menor se queja y reclama de que “nunca me dejan hacer nada”, la reacción inmediata por parte de los padres debe apuntar a explicar con claridad por qué razón se le prohíbe al niño hacer ciertas cosas y la peligrosidad de la actividad que desea realizar, al mismo tiempo que recordarle otras ocasiones en que sí se le permitió hacer aquellas cosas que deseaba.
Otra de las situaciones que irrita sobremanera a los padres, es el llamado “absolutismo adolescente”, es decir, lo tajante y lapidario que pueden ser los comentarios de los adolescentes, especialmente, cuando todo lo que dicen viene precedido de un: “tú nunca” o un “tú siempre”, y luego viene la estocada final con la crítica ácida al padre o a la madre.
La única alternativa posible a una respuesta o un actuar violento por parte de los padres, es propender hacia un diálogo calmado y argumentado, para que los hijos adolescentes comprendan que es posible llegar a consensos y acuerdos satisfactorios para todas las partes involucradas. ¿La razón de destacar lo anterior? Muy simple: porque la palabra final en relación con un conflicto entre padres e hijos la terminarán dictando los gritos, y el que lo hace más fuerte y por más tiempo, usualmente es el adulto, el cual, al borde de un ataque de nervios y de ira, termina por enviar al menor o al adolescente a encerrarse en su pieza.
Hay un par de métodos que podrían ayudar a los padres a manejar situaciones conflictivas con sus hijos. Revisemos algunas de ellas:
- Utilice el susurro, en lugar de los gritos: si su hijo(a) se niega con gritos a ponerse un gorro aunque afuera esté tronando y lloviendo, en lugar de gritarle usted también al hijo(a), utilice el susurro. Esto pillará por sorpresa al menor y lo hará bajar de inmediato la voz. De esta forma, entre bromas y susurros, podrá ponerse de acuerdo en que utilice algún tipo de protección para que no se moje.
- Haga un trato: la mejor estrategia con los adolescentes, es hacer acuerdos por consenso e incluso dejarlos firmados como si fueran un contrato de trabajo. Eso tiene un gran objetivo: llevarse mejor en la familia.
- Salga a caminar un par de minutos: si no logró llegar a un acuerdo con su hijo(a) y está en medio de una batalla campal por los permisos para asistir a una fiesta que no entrega garantías por el posible consumo de alcohol, mire a los ojos de su hija(o) y dígale que usted está a un tris de perder la paciencia y el control, y que necesita salir un rato para despejarse. En ocasiones, basta sólo esto para que el adolescente comprenda que el elástico se está estirando demasiado, con consecuencias que podrían ser peores que no poder asistir a la fiesta.