¿La vejez…? ¡Sólo existe en nuestra mente!

Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl – Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)

Hay algo que ha sido probado no una, sino que en numerosas oportunidades, a saber, que cuando las personas rejuvenecen en lo psicológico, ganan en bienestar, salud física y mental y, además, prolongan en ocho años el promedio de vida.

Esto es lo que la Dra. Ellen Langer, psicóloga social de la Universidad de Harvard, asegura en su libro “En contra de las agujas del reloj” (Counterclockwise, en inglés), donde, por intermedio de diversos estudios demuestra –en forma asombrosa– el gran poder que ejerce la mente sobre nuestro cuerpo.

Todas las investigaciones al respecto de este importante tema comenzaron con un experimento donde un equipo de científicos se planteó una intrigante pregunta, a saber, si se “retrocedía el reloj psicológico de las personas ¿se podría, asimismo, retroceder el reloj físico?”. Pues bien, todos los estudios confirmaron que, efectivamente, el poder de la mente podía echar para atrás las agujas del reloj en el organismo.

Estudios  con imágenes de resonancia nuclear magnética pudieron comprobar que cuando un adulto mayor llevaba una vida intensa y activa, sus neuronas aumentaban en número y nivel de actividad, lo que de inmediato se traducía en un mejor funcionamiento del cuerpo, incluyendo lo ya señalado más arriba: la prolongación de la vida en ocho años como promedio.

Uno de los experimentos consistió en tomar a un grupo de hombres sanos de entre 70 y 80 años, instalarlos en un viejo monasterio y a quienes –previo a la realización del experimento– se les solicitó retroceder mentalmente 20 años en el tiempo, redactar una breve biografía como la habrían escrito en esa fecha –en términos de su currículum–, al mismo tiempo que ninguno de los integrantes del grupo experimental podía tener revistas, periódicos, libros o fotos familiares que no fueran de 20 años atrás.

Durante toda la semana que el grupo de voluntarios vivió en el monasterio, debieron hacerlo como si estuvieran viviendo dos décadas en el pasado, recreando, conversando, pensando y sintiendo como si las personas tuvieran 50 o 60 años, es decir, debían explorar, conversar y discutir acerca de sucesos políticos ocurridos veinte años antes, debían analizar libros que habían sido best sellers de esa época, debían revivir reminiscencias del pasado, escuchar música y ver películas, asimismo, de dos décadas anteriores.

Al segundo y tercer día de retiro en el monasterio, los participantes se mostraban más activos, ellos mismos servían las comidas y ayudaban a limpiar y a mantener el aseo del recinto, no obstante lo extremadamente dependientes que habían sido de sus familiares antes de comenzar con la investigación, es decir, “la mente comenzaba a mostrar todo su poder sobre el cuerpo de los participantes”.

Una vez terminada la experiencia de una semana en el monasterio, los participantes de la investigación registraron una mejoría en la audición y en la memoria. La mayoría de los voluntarios subió, en promedio, un kilo y medio de peso, y su fuerza para apretar las manos se incrementó de manera notable. Todos mejoraron su forma de caminar, así como su postura corporal. Aquellos voluntarios que vivieron –literalmente– como si estuvieran 20 años en el pasado mejoraron la flexibilidad de sus articulaciones, redujeron los síntomas de artritis y elevaron su destreza manual. Una de las conclusiones a la que llegó la Dra. Ellen Langer con este experimento, es que “hay que dudar seriamente que la mera biología sea el destino de las personas”.

Otra científica que se sumó a estas declaraciones de la Dra. Langer, es la experta en envejecimiento Bernice Neugarten de la Universidad de Chicago, quien señaló que “la sociedad está muy influenciada por el reloj social, el que nos dice que hay una edad adecuada para ciertas posturas, conductas y aptitudes”.

Por otro lado, un estudio realizado por la Dra. Becca Levy de la Universidad de Yale, donde se encuestó a 650 personas en la ciudad de Oxford, Ohio, y se les pidió que respondieran si estaban de acuerdo o en desacuerdo con ciertas afirmaciones del tipo “las cosas empeoran al envejecer” o “soy tan feliz como cuando era joven”, pudo constatar –quince años después– que quienes habían sido más positivos en sus respuestas vivieron alrededor de ocho años más y presentaban menores registros de presión arterial y de colesterol en su sangre que quienes mostraban tendencias y pensamientos pesimistas y/o negativos.

Otro estudio del Instituto Max Planck con más de 500 voluntarios, donde un equipo de investigadores quiso relacionar la mortalidad humana con 17 indicadores psicológicos de bienestar personal, concluyó que “una baja satisfacción con el hecho de envejecer” era el “principal factor que determinaba el promedio de vida de la gente”.

Todos estos estudios, de alguna forma, han invalidado aquella cruel certeza de que no se puede hacer retroceder el tiempo, un cambio muy valioso de perspectiva y de apreciación, ya que cuando se cree en algo sin dejar espacio para la duda, entonces se elimina toda posibilidad de elegir, y cuando el ser humano no dispone de alternativas de las cuales escoger, lo que viene a continuación es un deterioro de la calidad de vida de las personas.

En función de todo lo anterior, lo más importante es quedarse con tres conclusiones que han sido demostradas científicamente:

  1. Si se lleva la mente 20 años hacia atrás en el tiempo, los índices de salud mejoran notablemente.
  2. Aquellas personas optimistas y que están preparadas emocionalmente para aceptar que en la vejez se puede ser tan feliz como en la juventud viven, en promedio, ocho años más.
  3. La vejez, definitivamente, sólo existe en nuestra mente.

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