Creatividad, educación y cultura: poder sin límites

Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl

Académico, escritor e investigador (PUC-UACh).

Albert Einstein –premio Nobel de Física– en su fructífera vida como científico expresó varios pensamientos en relación con la creatividad. En una de estas reflexiones, Einstein señaló que “la lógica te llevará de A a B, pero la imaginación y la creatividad te llevarán a todas partes”. Tanto es así, que su creatividad y capacidad intelectual lo llevaron a la edad de 26 años a publicar su famosa Teoría de la Relatividad, teoría que reformuló completamente el concepto de la gravedad y, sin que Einstein tuviera a disposición poderosos y veloces computadores, con sólo su cerebro, su imaginación y una modesta regla de cálculo, fue capaz de deducir la ecuación de la física más conocida a nivel popular, a saber, la equivalencia masa-energía, es decir, E=mc².

En este contexto, la “creatividad corresponde a aquella capacidad que tienen algunas personas de dar respuestas originales frente a diversos problemas y desafíos” con los que se enfrenta un determinado sujeto día a día.  ¿Y… qué se entiende por cultura? La cultura se define como aquel “conjunto de conocimientos e ideas que se adquieren en función del desarrollo de las facultades intelectuales, mediante la lectura habitual, el estudio y la realización de un trabajo disciplinado”.

Ahora bien, para aquellas personas que no lo saben, señalemos lo siguiente: la creatividad se desarrolla y se aprende de igual forma de cómo se aprende a leer.  No es una habilidad que sea propia sólo de unos pocos genios o de gente muy brillante, por cuanto, el potencial creativo existe en todos nosotros, razón por la cual, no es necesario que poseamos rasgos de personalidad y/o de inteligencia que sean excepcionales, a fin de desarrollar nuestra creatividad. La creatividad representa, efectivamente, un poder sin límites, pero lamentablemente, está coartada por –y es prisionera de– un sistema de educación errado y de mala calidad, lo que se suma a un nivel cultural de la población general que sólo puede ser calificado de paupérrimo. Dicho de manera más directa: la creatividad de las personas se comienza a desperdiciar desde que los menores ingresan al colegio.

En este sentido, la creatividad representa aquella cualidad que nos permitiría quebrar –por decirlo de algún modo– el marco cognitivo habitual, con el fin de ver y observar las cosas desde un punto de vista totalmente distinto y novedoso.

Otra reflexión de Einstein –que se complementa con la anterior– se relaciona con la definición que entrega este científico en relación con la locura, a saber: “Repetir las mismas cosas una y otra vez, y esperar obtener resultados diferentes”. Sin duda, una ingeniosa forma de definir la locura.

El problema radica en que los distintos gobiernos que han dirigido los destinos de nuestro querido país –sin importar si son gobiernos de derecha, de centro o de izquierda– se han empecinado ciegamente en repetir, una y otra vez –casi de manera majadera–  las mismas fórmulas e ineptas metodologías… esperando obtener resultados diferentes. Una pregunta retórica: ¿estarán nuestras autoridades poseídas por la locura?

Lo peor de todo, es que, simplemente no aprenden  de los resultados desastrosos que se obtienen, año tras año, en el área de la Educación. ¿Cuál es el lapidario comentario que entregan diversos expertos en Educación? Que “bajo los actuales estándares educativos, el país requerirá una generación completa de profesores y estudiantes con un enfoque totalmente distinto acerca de la forma de educar, antes de poder cambiar esta vergonzante realidad”. Si se le suma el desastre educativo causado por la pandemia por coronavirus, podrían ser, incluso, dos generaciones completas.

El investigador inglés  Ken Robinson, un experto reconocido a nivel mundial en el ámbito de la creatividad y la educación, asegura en su libro “Escuelas creativas” que las escuelas de todo el mundo –salvo honrosas excepciones de países como Noruega, Japón, Finlandia, Singapur, Dinamarca, Suecia, etc.–  desperdician el talento y “matan la creatividad” de millones de estudiantes muy tempranamente porque están impulsadas, principalmente, por intereses políticos y comerciales y, además, porque tienen una idea totalmente errada de “cómo aprenden las personas”, razón por la cual, Robinson pide a todos aquellos gobiernos que realmente se interesan por una educación  de calidad de los niños –cuyos principales ingredientes activos deberían ser, precisamente, la imaginación, la cultura, la curiosidad y la creatividad– revertir el inmenso daño que se está haciendo a los jóvenes, a la humanidad  y al progreso de una nación, cuando se frena, coarta e inhibe el poder creativo que todos portamos en nuestro interior por intermedio de una educación de mala calidad, una educación trasnochada y que está equivocada en la forma y en el fondo.

Diversos estudiosos han demostrado que la educación formal actual anula la creatividad infantil, formando y dando lugar, a personas adultas poco curiosas intelectualmente, sujetos pasivos, sin capacidad de respuesta y cuasi ignorantes.  Se habla incluso de personas “analfabetas funcionales”, es decir, de personas que alguna vez aprendieron a leer y a escribir, pero quienes, por desuso, olvidaron y/o perdieron estas habilidades.

Lamentablemente, el país está lleno de esta lacra educativa, donde lo que se privilegia es la mediocridad, el “aprendizaje de memoria” y la repetición automática y robótica de la materia que enseñan los docentes, quienes, por razones de una insuficiente formación académica, por falta de tiempo, frustración profesional, por falta de recursos, mala infraestructura, desinterés, por falta de vocación, malos salarios, cansancio, estrés crónico, etc., se desentienden totalmente del acto de asegurarse si el estudiante comprendió –o no– aquello que ahora está repitiendo como “papagayo” ante el profesor. Es más: el estudiante es castigado con una mala nota si no repite textualmente lo que el maestro le enseñó. Las notas, las pruebas y los exámenes se convierten en la finalidad última del sistema educativo –en lugar de usarse como un “método de diagnóstico”–, sin que le importe un rábano a nadie cómo llegó el estudiante a obtener dichas notas y si realmente “aprendió” las materias impartidas.

Digamos, finalmente, que también se ha demostrado que muchas (pseudo)universidades orientadas al lucro (incluyendo universidades públicas) entregan “títulos profesionales de baquelita” –es decir, basura inservible–, tal como lo expresó literalmente en marzo de 2014 el ex ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, en que el “profesional” egresado, demasiado a menudo, tiene severos problemas para leer de corrido y comprender pensamientos abstractos, o bien, el estudiante universitario de sexto semestre de ingeniería no sabe cómo ni cuándo aplicar  una simple regla de tres.

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